Retratos de interior por Jesús Carrillo
Este es un libro de cuentos y a la vez una galería de retratos. Son cuentos y retratos que trastocan, mediante la ingenuidad de un juego, las separaciones convencionales entre narrador y narrado, entre realidad y ficción, entre exterior e interior.
El peculiar universo de Jonathan Notario, en que se entremezclan imágenes, ideas y referencias personales y públicas, adquiere aquí tesituras insospechadas al dejar provisionalmente la cadena de producción de ju- guetes-persona para atreverse directamente con las personas mismas.
Podría pensarse que el artista ha decidido por fin hacerse mayor y abandonar las cosas de niños. Esta sería por varios motivos una aprecia- ción precipitada. En primer lugar, porque la ingenuidad de niño grande que despliega en sus obras le permite aproximarse con una enorme agudeza a procesos tan «serios» de construcción de la subjetividad en la sociedad con- temporánea, como los que se tratan en este libro de retratos. En segundo lugar, porque el imaginario de juego que impregna sus muñecos de tamaño real, sus desproporcionadas cajas de factura artesanal y sus hiperbólicas consignas publicitarias sigue informando la lógica de este nuevo proyecto. Ciertamente, se ha rebajado la estridencia y el tono grotesco, pero la lige- reza jovial de las manualidades, de la animación y del cuento infantil marca el modo desprejuiciado con que Jonathan aborda el mito central del arte moderno: la biografía y su plasmación icónica en el retrato.
La importancia que tiene el juego en esta ocasión va más allá de la re- ferencia anecdótica a la imagen del juguete. Tiene que ver con la naturaleza relacional y afectiva del hecho mismo de jugar. No se trata este de un juego que pueda jugarse solo, sino que requiere de la complicidad y los deseos de participar de los otros. Estos otros no son ya solo los espectadores que se sonríen al encontrarse con los rocambolescos artefactos de Jonathan, sino el «otro» por excelencia en el retrato: el sujeto de la representación. Esta es, sin duda, una de las claves principales de la obra.
En el juego que se propone, la función del artista se comparte con los propios retratados, que van a ser llamados a tomar un papel protagonista en la construcción de su imagen, descolocándose la posición convencio- nal del autor y abriéndose un nuevo campo de posibilidades.
El proceso se inicia con una propuesta lanzada a su red de relaciones y amistades de enviar una fotografía del rostro y entregar un objeto per- sonal que encapsule una memoria, un momento significativo sobre uno mismo. A continuación, los participantes han de escribir una breve na- rración de su puño y letra sobre la relación que les une al objeto elegido.
Se parte, pues, de un momento de indeterminación inicial, al no po- derse decidir por anticipado quienes querrán participar en el juego, como tampoco se puede anticipar el objeto que van a elegir, ni el derrotero que vayan a tomar sus narraciones. Esta incertidumbre es la típica de las re- des sociales contemporáneas, en las que la virtualidad de las múltiples historias ajenas posibles contrasta con nuestra aminorada capacidad de acceder a ellas. Las relaciones que detona la obra tienen la capacidad de romper este estado de cosas. Tras el primer momento de indetermina- ción, la entrega de la imagen y del objeto pone en marcha un flujo de informaciones y afectos que irá construyendo la trama del retrato.
Este es el meta-relato que sostiene el libro: la relación entre el artista y sus «cooperantes». Dentro del mismo, como en los cuentos medievales, se irán sucediendo los relatos particulares de cada uno de los sujetos retra- tados. Todos ellos tienen la misma estructura: un título, dado por el artis- ta, que de esta manera ficcionaliza «las vidas» narradas convirtiéndolas en cuento, y, sobre la historia contada, la imagen dibujada de la persona.
Esta, sin embargo, no es única ni estática. Como si de un dibujo de ani- mación o de un desplegable infantil se tratara, la imagen se torna relato y se va abriendo para desvelar el objeto protagonista de la historia.
El retrato se convierte, pues, en la historia de un desvelamiento, un des- velamiento de sí que se produce a través de un juego sencillo, inmediato, infantil si se quiere, que muestra sobre todo la confianza en la complici- dad y la intimidad con los «otros» que los juegos y las historias permiten.